lunes, 12 de octubre de 2015

Daisy Miller, el retrato de una joven singular


Henry James redactó la novela breve Daisy Miller en el invierno de 1877-1878 en Londres. Se trata de un relato construido de un modo clásico: empieza con la presentación de los dos personajes principales, Daisy Miller y Winterbourne en la orilla del lago suizo en Vevey, y continúa en Roma donde se desarrolla la psicología de los personajes para terminar en el lugar donde empezó. De la mano del maestro James esta estructura resulta muy elegante, además da la impresión de que es la que le conviene a la historia que se cuenta: en la vida de Winterbourne lo sucedido a Daisy Miller puede ser aislado, contado como una fábula, un suceso trágico inolvidable.


André Derval escribe en el prefacio que el personaje Daisy Miller constituye un prototipo psicológico de la joven americana del que surgieron muchas variaciones. A diferencia de Derval, pienso que el carácter de la señorita Miller pudo ser considerado un ejemplar, pero que ya no lo es. Hay tipos literarios, y lo son porque no caducan; sin embargo, creo que el modelo que ella representa no funciona en el mundo actual, en la parte donde los seres humanos se comportan con libertad.

Al igual que en la mayoría de las novelas de este autor, los americanos son los protagonistas, y  en ésta forman un grupo social bastante numeroso y cerrado en el extranjero. Se alojan en el mismo hotel en Suiza o se buscan y reúnen en la capital romana. Su equipaje incluye las normas de su país: cómo debe comportase una joven, el trato que se le debe a un criado, dónde y a qué hora pasear, las relaciones que se tienen con los lugareños. Son pautas no escritas que toda persona de buena crianza debería conocer. Daisy Miller y su madre son consideradas vulgares porque no se comportan con las restricciones debidas. Cuando Winterbourne conoce a Daisy, le sorprende su belleza y su actitud desenvuelta, desprovista de los modales habituales que una joven de buena sociedad muestra ante un desconocido. Al joven le choca y atrae al mismo tiempo la ingenuidad de su actitud, su manera de hablar de sí misma, de expresar sus deseos a un desconocido.

Es precisamente esa diferencia la que no es considerada selecta ("select" en inglés) sino vulgar porque no respeta la identidad de grupo distintiva de los americanos educados que hacen el "tour" europeo. Y no se trata de que no tengan estas mujeres gusto en el vestir, que es exquisito tal como reconoce extrañada la muy distinguida tía de Winterbourne; tampoco de que les falte ingresos, pues el padre de familia es un empresario exitoso. Pero no saben comportarse: el hermano pequeño de Daisy, tiene nueve años, no recibe instrucción, se acuesta demasiado tarde, habla cuando no se le pregunta, pero tampoco la madre y la hermana tienen el baño de una educación artística o intelectual propia de su clase económica. Sorprende al lector hasta qué punto es así cuando Henry James le hace declarar a la señora Miller que Zurich es más bella que Roma. La actitud de Daisy es, no obstante, encantadora y desconcertante a los ojos de Winterbourne: no ignora ni oculta su ignorancia, es toda candidez, no comprende como sus deseos, que no causan daños a otros, pueden ser una razón para que se le dé la espalda aunque tampoco parecen importarle el rechazo y las críticas.

¿Es desafiante la conducta de Daisy? No lo parece, y no lo es: Daisy actúa según su capricho, su madre se lo consiente y ella siente más bien que son los demás quienes la desafían. No precisa Daisy seguir las reglas del grupo de americanos para ser o sentirse americana. Ella disfruta de Roma sin preocuparse de los demás, son los demás quienes se ocupan de ella y no quieren comprenderla. Winterbourne sí que parece entenderla, la defiende lacónicamente en cuanto oye un comentario mordaz sobre ella. No obstante, Winterbourne duda de su "reputación": le atraen su espontaneidad, sus comentarios libres de prejuicios convencionales, pero le choca lo que se dice de ella, lo que ella misma dice de su vida en Nueva York, por ejemplo que recibía muchos señores que sabían distraerla. Sabe que la inocencia de Daisy es auténtica; pero se sorprende y no comprende cómo no se percata de la imagen de coqueta ("flirt") que genera.



Hoy en día, una joven hermosa que disfruta de los bienes que tiene no nos parece reprochable, si su comportamiento es distinto, lo juzgamos aún mejor, apreciamos la diferencia. De hecho, los jóvenes buscan ser diferentes, hemos pasado por "el ideal de autenticidad" que nos ha encaminado hacia la búsqueda de la distinción. Ser distinto es ser uno mismo, auténtico, pero en el último tercio del s. XIX, ese afán de la diferencia era considerado vulgar. Y vulgar ha llegado a ser cien años después cualquiera que se atiene a lo que hay, que no reniega de los modos habituales, que se conforma con las identidades formadas y no las considera grilletes que impiden su autorrealización.

El caso de Daisy Miller sigue un patrón diferente, de ahí que Winterbourne destaque más de una vez su inocencia: ella no tiene interés en rechazar al grupo exclusivo de los americanos, tampoco critica sus costumbres. Por ejemplo, al principio del relato, reconoce como un rasgo que podría imitar que padecer migrañas como la tía de Winterbourne es un signo de distinción. En Roma, consigue que su nuevo amigo italiano sea invitado a una fiesta "americana". Si por ella fuera estaría alternando su vida "libre" con la vida social de sus compatriotas. Pero son estos los que le cierran las puertas.  Y Daisy es realmente diferente, su atractivo personal crece para Winterbourne cuando la observa infringir reglas tácitas de conducta adecuada para lograr su objetivo que es simplemente disfrutar, y decrece cuando considera su ceguera a esas reglas y su renuencia a seguir cualquier consejo.

El tipo psicológico que ilustra Daisy Miller no puede convertirse en un modelo estable en el tiempo porque el suyo depende de las normas y valoraciones y de una sociedad determinada. El horizonte de significaciones que compartían los miembros del grupo social desde el que se juzgaba a la joven ha desaparecido y sin él el prototipo que representa Daisy Miller pierde vigencia. La fuerza de un tipo o su actualidad no depende de una época. El s. XIX nos ha legado unos cuantos arquetipos: pensemos en Madame Bovary que ha dado lugar a una caracterización psicológica; Oblomov que retrata una clase de pasividad enfermiza; Casaubon (en Middlemarch) que representa el tipo de erudito estéril. Además, estos modelos perduran con variaciones a través del tiempo y cruzan fronteras; un ejemplo español es "Don Juan", que tiene su origen en El burlador de Sevilla de Tirso de Molina y cuya difusión se debe a José Zorrilla quien publicó en 1844 Don Juan Tenorio. Los tipos psicológicos generados por la literatura suelen comportar, tras múltiples variaciones, perfiles muy adelgazados que caben en una multiplicidad de personajes más complejos. Estos perfiles prototípicos satisfacen a nuestra imaginación y a nuestro intelecto que parece tender por naturaleza a producir generalizaciones. Cuando tienen su origen en la literatura, estas generalizaciones constituyen ilustraciones cultas y didácticas y, como tales, abrevian descripciones y favorecen una rápida comprensión del carácter de determinadas personas. Además, la atemporalidad de rasgos de carácter nos acerca a personas que vivieron hace mucho, pues poco importa la época, la clase social, lo que destacan es la continuidad de los vicios y virtudes de la condición humana.