lunes, 1 de mayo de 2017

Una mentira buena

Comentario de un relato de Stefan Sweig

El libro Sueños olvidados y otros relatos es excepcional, no hay relato mediano, cada uno es tan buen como el anterior. El cuento sobre el que escribo fue publicado en 1925, se llama "La colección invisible" y el subtitulo "Un episodio de la inflación alemana" ahorra al escritor una descripción más detallada de las penurias económicas de ese periodo. Este relato me ha llamado la atención porque es un magnífico ejemplo de la bondad de la mentira. Normalmente, se piensa (creo que soy como la mayoría de las personas) que la verdad merece la pena porque siempre hay alguien para quien la verdad es mejor y, por tanto, desde un punto de vista moral, no mentir es lo que se debe hacer. Sin embargo, en "La colección invisible" no encuentro razón alguna para creer que la verdad es preferible para alguno de los personajes implicados.

Este relato lo cuenta en primera persona un marchante de arte que va a visitar a un antiguo comprador de valiosos grabados. Es recibido por un hombre muy anciano que se ha quedado ciego y del que ve una luz extraordinaria en su rostro cuando le dice que es considerado uno de los mejores coleccionistas de Alemania. El anciano está deseando mostrarle sus tesoros, pero su mujer retrasa el momento. Ella y su hija le cuentan que han ido vendiendo poco a poco las láminas para poder subsistir. El coleccionista no lo sabe, su felicidad radica en poseer esos grabados. El marchante consiente en hacer como si existiera cada uno de los grabados que el anciano va comentando conforme pasa las hojas vacías de sus carpetas. 

Para las dos mujeres, la elección no está entre la verdad y el engaño, se halla entre la tristeza y la felicidad; ellas no contemplan la posibilidad de contar sus penurias al anciano. Gracias a las estampas la familia ha sobrevivido y gracias a la mentira piadosa, el anciano puede terminar sus días feliz y creyendo que dejará una herencia a su mujer e hijas. ¿Y el marchante? Él iba a comprar y siente que, aunque no le gusta mentir, la felicidad que ha proporcionado al coleccionista ha merecido la pena. El marchante hubiera podido mostrar su comprensión a la familia, pero a la vez negarse a engañar al anciano y despedirse sin más. Es posible que Kant hubiera recomendado esa postura, mentir está mal; el viejo no ve, pero la ceguera no es excusa para dejar de considerarle un ser digno de recibir la verdad.

Mujer e hija no ven al viejo como un ser no racional, todo lo contrario. Consideran la vida de él en su conjunto y en su estado actual y tienen razones convincentes para esconder la verdad. Él ha servido como funcionario de modo ejemplar, pero su pasión siempre ha estado en el arte. El razonamiento de las mujeres sería el siguiente: ya que está privado de la vista, no hay razón de peso para redoblar su dolor privándolo de la posesión de su arte. Es posible que Kant, autoridad insoslayable cuando se trata de moral, crea que en el mejor de los mundos no existe la mentira y que la humanidad se perfecciona dejando de engañar. No obstante, es difícil que deje de ser algo más que un pensamiento desiderativo; en el mundo real las personas mentimos por el bien de otros y no por el propio bien, como hace el marchante.

Una solución para el kantiano consistiría muy probablemente en una actuación que no redoblará la mentira, es decir, que el marchante no se involucrará en una situación de engaño continuado. Si el marchante avisado de que tiene que fingir no volviera a la casa del ciego, aquel quedaría limpio desde un punto de vista moral: no perjudicaría a las mujeres y sólo decepcionaría al viejo al que se le privaría del disfrute de mostrar sus láminas. Tal como nos lo cuenta el narrador, esa posibilidad no estaba en su cabeza. El relato de las penurias de la familia en un contexto social bien conocido por él constituye el marco insuperable en el que la cuestión no es si ser moral o no, más bien cómo actuar de la mejor manera posible. Es más, no creo que las personas nos preguntamos cómo podemos actuar para ser morales, sino qué es lo correcto.

En este relato se muestra que no mentir significa desconfianza e incomprensión. El lector cree que, bien pensado, si el anciano pudiese elegir, es bastante posible que hubiera preferido que le ocultasen la verdad. Actuando como lo ha hecho, el marchante ha adoptado una doble perspectiva: la de las mujeres y la del ciego. Respecto de ellas, el marchante ha mostrado empatía y hacia el coleccionista compasión. Esas emociones no son discutibles para él, se le imponen de un modo tan vivo que el reparo que tiene al haber contribuido a perseverar en un engaño queda arrinconado en la conciencia como un daño menor. Al revés, si el  marchante le hubiera dicho la verdad al ciego, ¿qué lector no lo hubiera percibido como una mala persona?